
Por motivos familiares pasei estes últimos días no Hospital de Monforte. Os hospitais son lugares depresivos, dolorosos, tristes, claustrofóbicos, pero teñen o seu lado positivo: as horas pasan lentas e co o tempo que sobra pódese repasar a prensa, facer encrucillados, autodefinidos, sudokus, e tamén volver a ler “La ciudad automática” de Julio Camba.
Publicado en 1932 é unha recompilación de artigos sobre Nova York (cidade na que residiu por aqueles anos) e o modo de vida americano. A súa prosa lúcida e humorística, o estilo irónico e socarrón fai que ler as súas crónicas sexa toda unha ledicia.
Déixovos uns exemplos.
LOS INTRUSOS DEL ARTE
“Hasta ahora, cuando un vecino de Nueva York quería establecer una lechería o una papelería, una casa de comidas o una tienda de flores, elegía por si mismo el Sindicato de criminales que le merecía más crédito y se ponía de este modo a salvo de posibles sorpresas. El Sindicato pasaba a robarle todas las semanas la cantidad convenida, y esta operación se realizaba con tanta normalidad y tan poca violencia como el cobro de la luz o el del alquiler. A veces aparecía por la tienda un ladrón desconocido quién, tirando de pistolón, conminaba al tendero para que le abriese la caja de caudales, y el tendero, ante aquella amenaza, procedía de igual manera que hubiese procedido ante la oferta de un producto comercial innecesario.
-Lo siento mucho –decía-, pero yo me entiendo con la firma Tal. Aquí tengo, precisamente, el último recibo…
Y si el ladrón desconocido creía que aquella tienda estaba dentro de su zona y que su Sindicato era el único Sindicato con derecho a robarla, allá los dos Sindicatos que resolviesen el asunto por las malas o por las buenas, pero el tendero no sufría jamás violencia alguna.”
DICE CALVIN COOLIDGE…
“Todos los días el Herald Tribune publica en lugar preferente un artículo titulado Calvin Coolidge says (Dice Calvin Coolidge)…
Este título general está lleno de promesas, pero se pone usted a leer y resulta que Calvin Coolidge no dice nada. Al principio, viendo que Calvin Coolidge no decía nada yo suponía de buena fe que no se le ocurría nada y mi opinión sobre el ilustre hombre público comenzó a bajar considerablemente; pero a medida que Calvin Coolidge seguía sin decir nada esta desestima empezó a trocarse en un sentimiento muy parecido a la admiración.
-Pase el que a este hombre no se le ocurra nada un día ni dos, una semana o hasta un mes – pensaba yo-, pero ¿cómo es posible que no se le ocurra nada nunca? Una vacuidad tan perfecta no puede ser espontánea. Indudablemente, Calvin Coolidge tiene un arte prodigioso que le permite tratar todos los temas sin comprometer jamás su pensamiento. Eso de coger todos los días cuatrocientas o quinientas palabras, cada una de las cuales posee una significación concreta, y combinarlas de tal modo que todas juntas carezcan totalmente de sentido, no lo hace un cualquiera. Distribuidas al azar las palabras siempre dicen alguna cosa, más o menos congruente, y sólo con una distribución inteligentísima se puede conseguir que no digan jamás cosa ninguna.”
Por suposto, calquera parecido deste último extracto con algún político actual é mera coincidencia.